El nuevo remake de El hombre invisible dirigida por Leigh Whannell es una clara denuncia a las situaciones de violencia de género que desgraciadamente viven muchas mujeres a diario. A diferencia de la novela de H.G. Wells, en esta adaptación no nos encontramos con un científico loco, sino con un ingeniero óptico millonario (Adrian Griffin) que a la vez es un maltratador físico y psicológico. Cecilia Kass, pareja de este ingeniero óptico, es una exitosa arquitecta que se encuentra atrapada en una relación absolutamente violenta de la que decidirá huir.

Libro Hombre invisible

Durante el largometraje asistimos como observadores impotentes a la violencia a la que es sometida Cecilia Kass por su pareja. La violencia que aparece en la película es una violencia doble. Primero asistimos a la violencia más clara, la violencia física. Para ello se utilizan escenas donde Cecilia es violentamente golpeada por su maltratador o drogada. También asistimos a una violencia psicológica, donde se va a jugar con el leitmotiv de la película: la invisibilidad. La violencia psicológica a la que es sometida la víctima de malos tratos es una violencia invisibilizada desde dos puntos de vista, el primero porque no deja una marca clara sobre el cuerpo que delate el delito, y el segundo porque el propio maltratador ha utilizado la ciencia y la tecnología, de una manera totalmente inmoral, para conseguir su invisibilidad; es decir, Adrian ha creado un traje que le hace invisible, y, para que nadie sospeche de él, ha planeado un supuesto suicidio que dejará en un plano totalmente esquizoide  todas las posibles denuncias que haga Cecilia sobre un supuesto maltrato cometido por un supuesto hombre invisible. Se engarza así muy bien la metáfora de la invisibilidad: el hombre invisible y la invisibilidad a la que se somete a las víctimas de la violencia de género.

Aunque en un principio la película esté haciendo una clara denuncia a la violencia de género, debemos pararnos a reflexionar sobre su final. El final que se plantea es un final totalmente hollywoodense que rompe con la dinámica realista de la película (tengamos en cuenta que la invisibilidad de Adrian es conseguida al fin y al cabo por una tecnología súper desarrollada, por lo tanto, la película no tendría ningún tipo de elemento fantástico). El mensaje que queda al final de la película es: “como el sistema judicial te ignora, resuelve tú tu propio problema”. El mensaje que queda entonces es que las mujeres, maltratadas o no, tienen la obligación y el deber de ser ellas mismas capaces de controlar y rechazar la violencia a la que son sometidas, exculpando así al sistema judicial de su ineptitud para abordar un problema social y cultural. La violencia de género no se resuelve enseñando a las mujeres artes marciales, sino a través de la educación y con un sistema judicial que proteja a la víctima y no al que comete el delito. Aunque el giro que le ha dado Leigh Whannell al hombre invisible es novedoso y muy actual, todavía necesitamos revisar ciertos ámbitos estructurales y culturales de nuestras avanzadas sociedades del siglo XXI.

La dama pálida

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